Saturday, April 13, 2013

Mercedes



Sonó el despertador. Eran las siete de la mañana y Mercedes se despertó rápido, se levantó y después de tender cuidadosamente su cama se bañó, cepilló sus dientes y se puso una crema antiarrugas, de esas que prometen que milagrosamente en un par de meses se va a ver diez años mas joven.
Secó el baño, extendió con prolijidad las toallas y se vistió.
El compañero de Mercedes se llamaba Augusto, un gato de angora blanco y gordo que se restregaba en sus piernas mientras ella se arreglaba el cabello.
Juntos fueron a la cocina y ella se sirvió una taza de café que tomó apurada mientras ponía agua y comida en los impecables platos del gato.
Terminó su café, enjuagó la taza, la secó y la puso en su lugar.
Les puso exactamente medio vaso de agua a cada uno de los dos helechos que tenía en el balcón, tomó las llaves, su cartera y salió apurada después de acariciar al gato y decirle que no la extrañara, que ella iba a volver pronto.
En la parada del autobús, Mercedes ojeó distraídamente una revista que desde hacia mucho tiempo llevaba en la cartera.
El autobús llegó, ella subió y se sentó en los primeros lugares.
Casi nunca cruzaba la mitad del autobús y jamás se sentaba en el fondo.
Miró la revista hasta que llegó a la esquina en donde siempre se bajaba, caminó dos cuadras, siempre por la misma vereda, hasta el lugar en donde trabajaba, una oficina dental en la cual era recepcionista desde hacia diez años.
A las cuatro de la tarde Mercedes salía del trabajo, caminaba dos cuadras, siempre por la misma vereda hasta la parada del autobús, allí esperaba unos minutos, subía y se sentaba en los primeros lugares.
Durante el viaje Mercedes a menudo pensaba en que tenía que ir al supermercado,  en que la comida de Augusto estaba a punto de terminarse y en que quería llegar rápido a su casa para ver como estaba el gato.
Ya de noche, preparaba un plato de sopa que se llevaba en una bandeja hasta el sofá, en donde se acomodaba y la tomaba mientras miraba la novela de las ocho.
Algunos fines de semana se reunía con Marta y juntas iban a comer. Marta era su única amiga, un par de años mas joven que ella.
La había conocido en la oficina hacia tiempo, cuando Marta había ido a hacerse un tratamiento de conducto y desde entonces se habían hecho buenas amigas.

A Mercedes no le pesaba ni le atormentaba su soledad.
Ella había tomado la decisión de estar sola tres años atrás, cuando descubrió que el hombre del que estaba enamorada y con el que había compartido cinco años de su vida, era casado.
La rabia del primer momento había dado paso a un profundo dolor, que con el tiempo se transformo en resignación.
Una mañana, cuando subió al autobús, Mercedes vio en el primer asiento a un hombre que le sonrió y le izo lugar a su lado. El autobús estaba lleno y ella tomó asiento junto a el.
Mercedes sacó su revista y la ojeó distraídamente pero de reojo  vio las manos del hombre, dedos largos y uñas bien recortadas, pensó que ese extraño tenía unas lindas manos y continuó ojeando la revista, entonces sintió su perfume y pensó que era muy masculino, aroma a bosque como a ella le gustaba.
Pasaron unos minutos y el hombre miró a Mercedes, con una sonrisa le pidió permiso para pasar y se paró en la puerta del autobús, preparado para bajar.
Disimuladamente Mercedes lo miró. Era alto, delgado, con el cabello corto y prolijo.  Vio su perfil y continuó mirándolo mientras el bajaba del autobús.
Mercedes se quedó pensando en el extraño, se dijo a sí misma que el era apuesto pero unos segundos después se olvido de el.
Dos días después, volvió a suceder. Cuando Mercedes subió al autobús, en el primer asiento vio al extraño, que de nuevo le sonrió y le izo lugar, pero ella se sentó detrás de el.
Sacó la revista pero no la miró, en cambio observó la nuca y el cuello de ese hombre, hasta que el se paró y se quedó junto a la puerta para bajar.  Mercedes pensó que el era muy apuesto y continuó pensando en el hasta que llegó al trabajo.
A las cuatro y cuarto de la tarde, cuando tomó el autobús de vuelta a su casa volvió a encontrarlo. Otra vez Mercedes se sentó detrás de el y el perfume de ese hombre le acarició la cara.
Sintió un leve cosquilleo en el estomago y pensó en lo lindo que sería acariciarle el cuello, el aroma seguro quedaría en sus manos si lo hiciera.
El autobús llegó a la parada de Mercedes y ella se bajó por la puerta de atrás. Cuando entró a su casa continuaba pensando en el, en su perfume, en su sonrisa.
Al día siguiente, cuando subió al autobús, no lo vio en el primer asiento pero el levantar la vista lo vio mas atrás y el le sonrió. Mercedes sintió que se sonrojaba y se sentó muy adelante. Durante todo el viaje sintió su mirada en el cuello y en la espalda, hasta que el bajo del autobús.
Ese día, antes de salir del trabajo Mercedes se arregló el cabello, alisó con cuidado el vestido azul que llevaba puesto, se puso brillo en los labios y fue hacia la parada del autobús.
Esperó nerviosa y cuando subió lo buscó con la mirada. Allá estaba, en el fondo, pero el no la vio porque conversaba con otro hombre. Se sentó adelante, buscó la revista en la cartera y se dio cuenta de que la había dejado en el baño de la oficina cuando la sacó para buscar el brillo labial. Se sentía nerviosa, no sabía que hacer con las manos acostumbradas a la revista y ahora vacías.
Sintió que estaba dejándose llevar.
Y si todo esto fuera solo su imaginación?.
Ese hombre era demasiado apuesto para fijarse en ella, tan común, tan simple.
Pensó que estaba fantaseando como una niña y eso la izo sentirse mas tranquila, aunque esa noche mientras tomaba la sopa y miraba la novela no pudo evitar pensar en el, en sus ojos, en su boca.
A la mañana siguiente antes de salir de su casa, Mercedes tomó el café apurada, tendió la cama, secó el baño, extendió las toallas, regó los dos helechos del balcón, le puso agua y comida a Augusto, pero se olvidó de lavar su taza. Estaba apurada y mientras se bañaba había decidido que antes de regresar a su casa por la tarde pasaría por el supermercado y compraría unas flores, hacia mucho tiempo que no se daba esos gustos tan simples pero tan reconfortantes: un café en un lindo lugar y unas coloridas y perfumadas flores para su habitación.
Esa mañana volvió a verlo en el autobús y el la saludó desde el fondo con su encantadora sonrisa y si bien Mercedes tomó asiento adelante, su mente estaba con el, en el fondo.
Se imagino diciéndole que ella era mayor que el, que no funcionaría y que tarde o temprano alguno terminaría sufriendo, que era mejor dejar las cosas como estaban: solo saludos.  Entonces se imaginó al hombre diciéndole que ella le gustaba, que no le importaba su edad, que quería tocarla, besarla, sentirla.  Mercedes se estremeció en su asiento del autobús, una nube de sensaciones flotaba sobre todo su ser, cerró los ojos y se imaginó besándolo con suavidad, lentamente y hasta sintió su aliento antes de tocar sus labios con los de el.
El se paró en la puerta del autobús preparado para bajar y ella lo acarició con la mirada.
Cuando salió del trabajo Mercedes pasó por el supermercado y compró un enorme ramo de flores y comida para Augusto. Decidió que esa noche iba a cambiar de menú ya que se sentía extrañamente excitada y con ganas de cosas diferentes.
La noche la encontró entusiasmada preparando costillas de cerdo con puré de manzanas, se le izo tarde y se le pasó la novela, pero de todos modos disfrutó de la cena mientras miraba una película una hora mas tarde.
Trató de no pensar en el hombre del autobús, aunque no pudo evitarlo, y al hacerlo una sonrisa se dibujó en sus labios.
Antes de acostarse se miró largamente al espejo y  mientras se acariciaba el cabello y las mejillas se encontró más atractiva, mas joven. Si un hombre como ese se  fijaba en ella significaba que no se veía nada mal. Después, con la punta de los dedos se toco los labios y le dedicó una soñadora mirada a la imagen que el espejo le devolvía, imaginando que era el.
En los días que siguieron Mercedes continuó viendo al hombre del autobús que la miraba y le sonreía.
Una mañana, al verla el le dijo –Buenos días- y ella le contestó con una sonrisa y un tímido -Hola-.
Se sentía en las nubes imaginándose en sus brazos, acariciándole el cuello y desparramándole el prolijo cabello con los dedos.
En la oficina, el doctor Rossy había notado algo diferente en Mercedes, últimamente la veía radiante, alegre, y aunque nunca la había mirado “como a  una mujer”, desde hacia varios días había comenzado a hacerlo.
Notó que ya no se recogía el cabello, sino que lo dejaba caer sobre sus hombros con libertad, notó su perfume, se fijó detenidamente en el delicado color gris de sus ojos, en la suave curva de sus labios y se sintió atraído.
Comenzó a acercarse al escritorio de Mercedes con la más variada gama de excusas solo para mirarla y conversar con ella.
Mercedes había notado el interés del doctor Rossy  y descubrió que no le desagradaba.
El doctor Rossy había enviudado hacía quince años y desde entonces sólo se había dedicado a su trabajo en la oficina, hasta ahora, que su mente había comenzado a ser invadida por Mercedes.
Decidió invitarla a tomar un café, pero después de pensarlo mejor, una mañana le trajo uno con la excusa de que hacia frío y que a ella le sentaría bien algo caliente.
Mercedes le agradeció con una amplia sonrisa y el doctor Rossy, aprovechando que aun no había pacientes, tomo su café  junto a ella en la sala de espera mientras conversaban.
Cuando a las cuatro salió del trabajo, Mercedes cruzó la calle y caminó despacio bajo el sol mirando los jardines que nunca antes había mirado, se detuvo en uno, aspiró profundamente el aroma de una rosa y continuó despacio, suspirando.
En el autobús se cruzó con la sonrisa del hombre con el que soñaba despierta y dormida, pero ahora también la cálida conversación del doctor Rossy pasó por su mente.
Esa tarde, Mercedes fue de compras. Se probó varios vestidos y  finalmente eligió uno que se ajustaba con delicadeza a su talle. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había ido de compras y se sentía renovada.
Llamó a Marta y juntas fueron a cenar. Mercedes le contó a su amiga acerca del hombre del autobús y también le habló del doctor Rossy y de como ella había notado que el la miraba.
Marta se sintió feliz al ver el entusiasmo de su amiga y le dijo que la veía hermosa y con un brillo especial en los ojos.
Esa noche, Mercedes se quedó dormida imaginándose entre los brazos del hombre del autobús, que la miraba y le sonreía. Se sintió deseada y esa sensación le gustó, la hacia sentirse segura de sí misma, mas viva.
Por varios días, el doctor Rossy continuó llegando a la oficina con dos vasos de café que compartía con Mercedes mientras charlaban animadamente y una tarde la invitó a cenar…y ella aceptó.
“Lo lamento mi amor, pero voy a salir con otro” pensó Mercedes mientras miraba el cuello y la nuca del hombre del autobús que estaba sentado en el primer asiento.

Cuando a las seis y media de la mañana sonó el despertador, Federico abrió los ojos, acarició a su novia que dormía junto a el, la besó y se levantó para darse un baño.
Desayunaron juntos y media hora después el salió para tomar el autobús.
Era alto, delgado, con el cabello corto y prolijo.
Usaba el perfume que su novia le había regalado para su cumpleaños y tenía una encantadora sonrisa.
Una tarde, cuando regresó a su casa, Federico le dijo a su novia que hacia mucho  tiempo que no llamaba a su madre por teléfono y que tal vez debería ir a visitarla, porque desde hacia varias semanas veía en el autobús a una señora que le recordaba a ella.

Miriam Brandan.

El Pianista



Ella estaba parada en una esquina esperando junto a una  pequeña multitud  para cruzar la avenida.
Llevaba las manos tensas por el peso de las bolsas que había ido acumulando negocio tras negocio a lo largo de la mañana,  en un intento caro e inútil por calmar la ansiedad que desde hacia tiempo, le oprimía el pecho.
Lo extrañaba, y  aunque no lo reconociera ante ella misma, salía a la calle cada vez que tenia la oportunidad con la sola esperanza de  encontrarlo.
 Trataba de verse bien por si se cruzaba con el, o por si el la viera sin que ella lo notara.
Semanas atrás, caminaba sin poner  atención a las personas que pasaban a su lado, solo andaba entre los demás, pero ahora buscaba sus ojos entre el mar de ojos que se arremolinaba a su alrededor.
 Llego al otro lado de la avenida  y pensó: “donde estas?”.
Comenzaba a lloviznar y entro a un bar que se encontraba lleno de otros  que como ella, buscaban algo del calor que pudiera ofrecerles una taza de café caliente.
Frente a una ventana quedo vacía una mesa que ella ocupo y despacio tomo el café mientras miraba a través  del vidrio empañado como la llovizna se transformaba en lluvia y como en la vereda los bultos negros se apuraban escapando del aguacero.
Lo buscaba, sabiendo que no era probable, sabiendo que en la inmensa ciudad era casi imposible  encontrarlo  así, de casualidad, pero lo buscaba porque al hacerlo le daba algo de calma a la zozobra  que crecía dentro de su ser, como un virus que amenazaba con invadirla completamente impidiéndole continuar viviendo del lado de la cordura.
Termino el café y se quedo acurrucada oyendo las voces, los ruidos, las risas, la lluvia, todo mezclado en un murmullo.
Salió del bar y corrió bajo los chorreantes toldos de lona, apostados uno al lado de otro ininterrumpidamente a lo largo de la vereda ancha y gris.  Busco con la mirada un taxi y una cuadra mas adelante se apuro aun mas para tomar uno que se detuvo a dejar a un pasajero.
En medio de la lluvia y con las manos llenas de bolsas tomo el taxi y se alejo de los negocios, la  gente y el ruido.
“Donde estas?” se preguntaba mientras miraba por la ventanilla del taxi buscándolo entre los bultos oscuros que corrían empapados.   “Donde estas?, pensaras en mi alguna vez?, algún instante de tu tiempo será mío?”.

No había cruzado palabra alguna con el, pero había estado como hipnotizada desde la primera vez que lo había oído tocar el piano en el departamento de arriba.
Cada mañana,  a eso  de las 10, la melodía del Nocturno No.2 de Chopin se filtraba por la ventana y la  hacia  flotar en un mar de sueños.
Se sentía en paz al escucharlo y se adormecía junto al ventanal  mientras el sol y la música lo inundaban todo: su casa, su vida, su alma.
Por varias semanas solo lo había escuchado tocar y si bien no lo conocía,  lo había imaginado.   Seguramente  llevaba el cabello desordenado y oscuro, tal vez una barba de varios días le sombreaba la cara y tenía  una mirada que  transmitía la misma paz que su música, una paz que ella anhelaba y que no tenía.
Una tarde se cruzo con un hombre en la entrada del ascensor,  y al verlo,  supo de inmediato que era el.  Entro a su casa con  el corazón latiéndole alocadamente;  Era el, por fin lo había visto… o casi visto, ya que en el ascensor,  ella solo había alzado levemente la vista  para marcar su piso en el tablero  y  entonces el  la había  saludado  haciendo  una pequeña inclinación con la  cabeza.
Los días transcurrieron lentamente y ella no volvió a verlo, aunque continuaba escuchándolo tocar cada mañana, sentada junto al ventanal.
Le hubiera gustado encontrarlo  nuevamente y decirle algo: “hola” o  “te escucho tocar todos los días… y me encanta”,  pero sabia que aunque lo encontrara no tendría siquiera la valentía de mirarlo a los ojos por temor a que los suyos la pusieran en evidencia.
Una mañana,  vio en la vereda un cartel de “se alquila” y por simple curiosidad le pregunto al portero cual era el departamento vacio; Cuando el le dijo que el muchacho del  “5C”, el pianista, se había ido ella sintió un vacio en el estomago, similar al que  se siente ante la perdida irreparable de ese alguien de quien uno se sostiene para poder andar.
Durante unas pocas semanas y con solo oírlo tocar, el se había convertido  en un oasis dentro de su monótona y casi desértica vida.
Al principio espero verlo, tal vez si algo se le hubiese quedado olvidado, el volvería a buscarlo, tal vez regresaría por la correspondencia, o por alguna otra razón, no importaba cual, ella solo quería verlo  una vez mas, a modo de despedida.
Pero no fue así. 
Comenzó entonces y casi sin querer, a trepar por la ladera de una montaña de fantasías en las cuales el y ella eran los únicos protagonistas.
Paulatinamente comenzó a idealizarlo y así fue que termino  obsesionándose con unos ojos que ni siquiera había visto bien, pero que ahora buscaba  casi con desesperación, una desesperación que ella dejaba crecer, aun sabiendo que no la  conduciría a nada.
A veces deseaba encontrarlo solo para convencerse  de que el no era ese ser tan especial que ella había creado en su mente, incluso deseaba intercambiar algunas palabras con el, para descubrir que el no era interesante o romántico como ella lo soñaba. Necesitaba  que un desengaño o una decepción le ayudaran a extirparlo de sus pensamientos, pero aun así, no dejaba de aferrarse con fuerza a la ilusión de encontrarlo, como un escalador se sujeta a la cuerda que lo separa del vacio.

Sentada en el taxi, evocaba una y otra vez el fugaz momento que había compartido con el en el ascensor,  y le agregaba a su recuerdo escenas en las que invariablemente terminaban   juntos.
Aun llovía cuando el taxi la dejo en la puerta de su casa.
Entro despacio, y luego de quitarse la ropa mojada, busco en su cartera el disco compacto que había comprado y lo puso. 
Una vez mas, la suave melodía del Nocturno No.2 de Chopin entro por sus oídos, corrió por sus venas y relajo sus tensos músculos.
Se preparo un café, encendió un cigarrillo y se paro frente al  ventanal.
Las gotas de lluvia se escurrían por el cristal trazando caprichosas figuras que junto al humo del cigarrillo y al vapor del café creaban una atmosfera tan confusa como la que reinaba en su interior.
Sentía una sensación extraña y culpable, como si regresara de un furtivo encuentro con su amante, justo a la hora de ir a buscar a su hijo a la escuela.
Cerró los ojos  mientras la angustia le aguijoneaba la garganta y como tantas otras veces lloro, con un llanto silencioso y resignado.
No era feliz, y esa infelicidad la había arrastrado hasta sus propios límites, haciéndola aferrarse ciegamente a  alguien que era casi un fantasma  solo para escapar de la realidad, una realidad que desde hacia mucho tiempo  la había condenado a vivir un matrimonio tormentoso y sin amor.

Ahora, de pie frente al ventanal y con la música como única compañía, pensaba si no era la melodía, en lugar del  músico, lo que la hacia soñar.
Tal vez cada salida esperando encontrarlo, había sido en realidad una búsqueda de la paz que había experimentado cada mañana al escuchar el piano en el departamento de arriba.
Tal vez no era El lo que ella ansiaba, sino su música y las sensaciones que esta le transmitían. Tal vez.

La braza del cigarrillo moría lentamente en el cenicero y el ultimo sorbo de café se enfriaba en la taza cuando la lluvia dejo de caer.
Escucho una vez  mas a Chopin  mientras trataba de aclarar sus pensamientos y se sintió abrumada, necesitaba que el frio del viento despejara su cabeza. Salió entonces  a la calle y camino sobre las hojas  mojadas que tapizaban la vereda. Camino despacio, con las manos hundidas en los bolsillos y la espalda encorvada hacia adelante sin importarle como se veía porque  ya no pensaba en el, ahora pensaba en ella;  en ella y en alguien que  día tras día esperaba con ansias verla a las dos  en punto de la tarde. 
Regreso a su casa y rápidamente empaco algunas cosas en una pequeña maleta, se puso el abrigo y salió sin mirar atrás.

Un agudo timbre sonó justo a las dos de la tarde y sus ojos lo buscaron con ansiedad; el corrió hacia ella y la abrazo con fuerza, ella lo beso con ternura.  Tomo su pequeña manito y cuando al ver la maleta el le pregunto:”a donde vamos mama?”, ella  le dijo que irían a un lugar en donde juntos, solo los dos, serian felices.
El cielo comenzaba a despejarse mientras se alejaban tomados de la mano y ella tarareaba suavemente  la melodía que le había dado fuerzas.
Si ahora encontrara al pianista, lo miraría a los ojos y  simplemente le diría: “gracias”.


Miriam Brandan.

Pareciera



De pie y con las manos apoyadas en la mesa, mira por la ventana.
Observa  en silencio el camino que aun esta desierto, mientras el volado de la falda le hace cosquillas y eriza  la  piel de sus largas piernas.
Pareciera que esta inmóvil… pero no.
Un bucle de su roja cabellera se ha descolgado de la trenza que se sujeta de sus sienes y le cae por la nuca acariciándole el cuello, el bucle apenas se mueve mecido por la briza casi imperceptible que se cuela por la ventana.
 Pareciera que esta inmóvil… pero no.
El acompasado vaivén de su pecho al respirar inflama levemente la camisola de blanquísimo lino y un pliegue nace y muere perezoso cerca del escote.
Pareciera que esta inmóvil… pero no.
Al parpadear, sus pestañas se rozan y entremezclan con el mechón rojizo que le oculta la frente.
Sus pupilas se dilatan y contraen, el corazón le late con fuerza,  la  sangre le fluye y  corre por  sus venas.
Pareciera que esta inmóvil… pero no.
Se le colorean y encienden las mejillas, mientras en sus labios tímidamente se dibuja una sonrisa.
El se acerca por el camino y ella corre a su encuentro.
Parecía estar inmóvil… pero no.

Miriam Brandan.

La Señora Sofia



Dos niños corren por el jardín. Es un lugar hermoso, con mucho espacio, en donde la señora Sofía ha sembrado y cuidado canteros con flores por los últimos cuarenta años.
Las flores son su principal pasatiempo y eso se evidencia al ver la perfección de su jardín. Cientos de amapolas se amontonan compitiendo por el derecho a recibir  los mejores elogios de su dueña. Cada cantero es enorme, ya que la señora Sofía tiene una gran propiedad, mucho terreno disponible para sus flores y mucho tiempo para cuidar de ellas.
Los niños que corretean por las apretadas sendas del jardín son sus nietos. Viven con ella desde hace tres años, cuando su hija Joyce le dijo que se los dejaba por unas horas y ya no regreso.
La señora Sofía la busco, aunque no con mucha dedicación. Por supuesto que dio aviso a las autoridades de la desaparición de su hija, pero la conocía demasiado bien como para saber que no había intención de regresar por parte de ella.
Joyce siempre había sido una persona complicada. Desde niña había tenido toda clase de problemas debido a su rebeldía, para la cual la señora Sofía pensaba que no había causa. Su hija se había encargado de que la vida no fuera fácil para ninguna de las  dos. Cada año, Joyce tenía que ir a una escuela nueva, ya que nunca la aceptaban en la anterior. Cuando creció, los problemas que usualmente cargaba con ella también crecieron, e innumerables veces su madre tuvo que levantarse de madrugada para ir a buscarla a la estación de policía por beber en la calle, por robar en un almacén…
Parecía que todo iba a  cambiar cuando conoció a Paul, un joven responsable y bueno. Se enamoraron y la vida de Joyce pareció entrar en otra etapa, muy diferente de la anterior.
Cuatro  años duro el idilio, en el trascurso de los cuales nacieron sus dos hijos, una niña y un varón, pero el carácter alocado de la joven no tardo en reaparecer  y los problemas en la pareja no se hicieron esperar.
Una mañana, Paul se fue de la casa dejando a su esposa y a los niños, después de encontrarla, al regresar del trabajo, en los brazos del jardinero que desde hacia varias semanas trabajaba en la casa vecina.
La señora Sofía trato de hablar del asunto con su hija, pero como era habitual, ella no la escucho. Su romance con el joven jardinero acabo a los pocos días y ella pronto encontró consuelo en los brazos de otro.
Comenzó a llevar a sus hijos a la casa de su madre y allí los dejaba casi todos los fines de semana, durante los cuales nadie sabía donde estaba.
Por eso la señora Sofía no se alarmo demasiado el día en que su hija no regreso, ella lo había estado presintiendo.
Los niños adoraban a su abuela y ella los amaba mucho más de lo que seguramente su madre los amaba. Le gustaba prepararles la comida y arreglarles el cabello, pasaban los días completos en el jardín, en donde comían al aire libre, en una mesa de madera de color blanco que se encontraba justo en el centro del mismo.
Tao, era la dama de compañía de la “señora Sofía”  (como ella siempre la llamaba), tenían casi la misma edad y desde hacia muchos años compartían la pasión por las plantas y la tranquilidad del campo. Ambas estaban  convencidas  de que Joyce no regresaría a buscar a sus niños, ya que siempre había demostrado que los pequeños no eran más que un obstáculo en su vida.
Así  las cosas, la señora Sofía y Tao, se convirtieron en la única familia con que contaban los niños y juntos, los cuatro, compartían una tranquila.
Cuando faltaban unos instantes para servir el almuerzo, Tao hacia sonar una campana que se encontraba cerca de la puerta de la cocina y mientras los pequeños  corrían a lavarse las manos, ella terminaba de poner la mesa, agregando siempre el detalle de un florero con amapolas recién cortadas.
Ahora, a tres años de compartir su vida con los niños, las ancianas se sentían rejuvenecidas. La energía de los pequeños inundaba la casa y sus risas y juegos las hacían sonreír todo el tiempo.
Una tarde, mientras la señora Sofía colocaba campanas de vidrio sobre unas plantitas que comenzaban a brotar, un hombre llego caminando por el sendero. Cuando el visitante la saludo desde la reja lo reconoció de inmediato, era Paul.
Paul se había casado nuevamente y quería que sus hijos vivieran con el y con su esposa.
La señora Sofía sabia que no tenía derecho a negarse, sabia que el padre de los pequeños podía llevarlos, si así lo quería, por eso oculto cuanto pudo su desagrado ante la inesperada aparición de Paul. Fue todo lo amable que sus sentimientos le permitieron mientras duro la visita de su ex yerno y se avergonzó por sentir satisfacción cuando los niños dijeron que no deseaban irse, que querían quedarse con su abuela.
Paul pensó que lo mejor era ganar de a poco la confianza de los niños y continuo regresando a la casa durante cada tarde por varios días, solo contaba con una semana para regresar a su casa y de nuevo al trabajo.
Tao notaba la tristeza en la cara de la señora Sofía, aunque no hablaban del tema. Ninguna de las dos quería enfrentar la realidad de perder a los niños.
Por su parte, los niños tenían la ilusión de que su padre ya no volvería cuando cada tarde se alejaba por el camino, pero el regresaba al día siguiente y aunque era amable y cariñoso con ellos, los pequeños lo veían como a un extraño.
-“La próxima semana tendré que regresar y me llevare a los niños”- le dijo Paul a su ex suegra, mientras tomaban una taza de te en la mesa blanca del jardín. –“Quiero que esto sea lo menos traumático posible, para ellos y para usted, se que no me esperaba, pero no pude venir por ellos sino hasta ahora, que me he establecido nuevamente”- dijo Paul mientras miraba fijamente su taza de te.
-“Me dices que en estos años no pudiste encontrar un lugar para tus hijos y para ti?”-
-“Y además no pudiste llamarlos o comunicarte de alguna manera con ellos o conmigo para tratar de remediar el que los hubieras dejado? Tu primero y mi hija después, abandonaron a esos niños! Puedes tomarte muchos años mas, si así lo deseas. Yo amo a esos niños, y todo este tiempo conmigo han sido felices, sensación que al parecer no conocían con ustedes.”-
-“Lo lamento profundamente Sofía, créame que no fue mi deseo dejarlos…”- “Pero los dejaste!”- lo interrumpió la anciana. –“Y ahora de nuevo, van a sufrir otra perdida? Pueden quedarse aquí y tú puedes venir a verlos cuando quieras. No creo que les haga algún bien alejarlos, esta es su casa!”
-“Créame que lo lamento, pero la próxima semana me los llevare.” Y dicho esto, Paul se fue.
Tao y la señora Sofía habían comenzado a preparar las maletas de los niños. Ya casi todo estaba listo y al día siguiente, Paul vendría a buscarlos. Había llegado el momento que no querían que llegara.
Amaneció con una briza fresca y perfumada que llegaba desde el jardín.
Muy temprano, Tao había salido a hacer algunas compras y regresaría para la hora del almuerzo. La señora Sofía había preparado el desayuno para sus nietos y se disponía a comenzar con el almuerzo.
Los niños jugaban en el jardín,  correteaban descalzos entre las matas floridas intentando atrapar alguna mariposa. Desde la ventana de la cocina, la anciana los miraba con lágrimas en los ojos. Sin saber si había hecho o no lo correcto, no les había dicho a los niños ni una palabra acerca de la venida de su padre por la tarde o del viaje. Le faltaban fuerzas y no quería enfrentar el momento que se avecinaba.
Ya había pasado el mediodía y Tao no regresaba. La señora Sofía ya había salido varias veces al jardín y miraba con impaciencia hacia el sendero arbolado que conducía a la casa, ya que se hallaba sumamente preocupada. –“Le habrá sucedido algo a Tao?” se preguntaba mientras servía el almuerzo, que ya se había enfriado.
-“En cualquier momento Paul llegara y no puedo despedir yo sola a los niños, necesito que Tao este conmigo”.
Se sentaron a la mesa, solo los tres, y la señora Sofía no dejo que sus nietos notasen su preocupación. Miraba de reojo por la ventana mientras sin apetito, revolvía la comida en el plato y vio que Tao se acercaba por el sendero.
Corrió hacia ella y, a la vez que notaba la palidez de su rostro, le pregunto:-“Que ha pasado Tao? Que te ocurre? Por que te has demorado tanto?”
Las lagrimas rodaron por las ajadas mejillas de Tao –“Señora Sofía, a la salida del pueblo ha habido un terrible accidente. Un automóvil ha caído por el barranco, era el automóvil de Paul, que venia por los niños! Oh! Señora Sofía, ha sido una tragedia…, Paul esta muerto!”.

Miriam Brandan.